domingo, 29 de enero de 2012

Aquel día de junio...


-¡Mamá! ¡Me voy a jugar al balón en el parque!- dije en voz alta- ¡Vale, hijo, no vuelvas tarde!-me contestó mamá.

Cogí el balón y me fui corriendo. Tenía muchas ganas de estrenar ese fantástico balón que me habían regalado por mi cumpleaños. Llegué al parque. Allí me estaban esperando mis amigos.

Tuvimos varias dudas sobre a qué jugar, ya que no queríamos estropear el balón, pero al final nos decantamos por el fútbol. Hicimos los equipos. Para no variar, me tocó elegir. Lo bueno de eso era que tenía un truco para poder empezar a elegir primero y así escoger a los mejores.

Comenzamos a jugar. Metí el primer gol. El otro equipo su primer gol, el segundo… me empecé a deprimir y me lo tomé más en serio. Empatamos a tres goles. Me puse yo de portero, ya que estaba bastante cansado y de portero te mueves menos que de jugador. Vino un jugador del otro equipo, con la intención de meter, pero no lo logró, conseguí despejar aquel balón, con tan mala suerte que lo mandé a una casa.

La casa estaba vieja, se caía a trozos, e incluso parecía que estaba un poco chamuscada, como si hubiese habido un incendio hace poco.- ¿Es necesario que vaya?- me acobardé- Hombre, pues si quieres que sigamos jugando al fútbol y además recuperar tu pelota…- Me hicieron dudar. Al final me armé de valor y fui.

Llegué a la puerta, que estaba podrida. Estaba abierta, por lo que entré. En el vestíbulo había unas escaleras que parecían destartaladas. Una alacena con una vajilla bastante cara estaba al lado de la puerta. Encima de esta alacena había una carta escrita: “Como entres, no volverás a salir con vida” ponía en la carta. Creo que si en ese momento hubiera tenido un baño cerca, lo habría llenado hasta arriba. Bueno, continué, subí las escaleras. Allí estaba el balón, rodeado de cristales que habían caído al atravesar la ventana con el esférico.

Empecé a ver una sombra que parecía que tenía un cuchillo. Se oían pasos detrás de mí. ¿Sería mi mente o era de verdad? Empecé a correr hacia la salida. Estaba atrancada. Empecé a chillar y me desmayé.

Era de día, estaba en una casa bastante cómoda y, en la mesilla que había al lado de la cama, había un vaso con leche y galletas.- ¿Estás bien?- me dijo una voz agradable.- Sss……í- tartamudeé.- ¡Qué bien! Pensé que te habías abierto la cabeza. Por cierto, toma tu pelota y recuerda que no debes meterte en las casas ajenas sin permiso. – Me explicó la muchacha- Muchas gracias por todo, señorita- le agradecí.

Fui andando hacia la escalera que me conducía hacia la entrada. Me resbalé y me dí con la alacena de la entrada. Me quedé en el acto. Mientras la muchacha se reía maliciosamente.

Y aquí estoy, desde lo más alto del cielo, relatando mi trágica historia. Por cierto, la carta que había en la entrada, tenía razón, nunca más salí de ahí.
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sábado, 28 de enero de 2012

Concurso Relatos Breves.


Esta vez los que escribís sois vosotros. De eso se trata, de escribir un relato breve. Las bases son las siguientes:

F     Extensión: máximo dos hojas.
F     Tipo de letra: Arial 12
F     Tema: libre
F     Fecha límite: 1 de Marzo de 2012


El que gane, dos cosas:

F     Su relato será publicado en mi blog, lógicamente con su nombre. El relato lo publicaré el día 3 de Marzo,junto a una entrada mencionando los 5 mejores relatos,
F     Le haré publicidad, la mayor que pueda, también en mi blog.


Bueno, esto es todo. Los relatos los enviáis a reyessit95@hotmail.com o por mensaje privado en tuenti "Alex Relatos Breves". Lo que os pido,por favor, es que, si me lo enviáis por correo, dejadme vuestro nombre al final del relato.
 El relato que no cumpla alguna de las bases, automáticamente será descalificado.

Espero vuestra participación J
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domingo, 22 de enero de 2012

Querida Abuela.

Querida abuela:

Te escribo desde Israel. Sí, me han destinado a la guerra, pero no te preocupes, estoy en una zona en la que apenas hay ataques. Te escribo esto para que veas que estoy bien y que, mientras confíes en mí, no me van a matar ni nada.

Todo empezó el día 19 de febrero. Estaba en mi habitación, cuando vino el coronel- ¡Buenos días!- saludó el coronel-¡Buenos días, señor!- contestamos todos al unísono.- Bueno, como ya sabrán hoy vamos a destinar a algunos de ustedes a Israel, para que así puedan ayudar a su patria. Les aviso de que no podrán echarse atrás- Nos comunicó.

Tras varios segundos  de intriga, sacó un sobre que llevaba guardado, lo abrió y dijo- La persona afortunada en ir a defender a su país es… el señor Sánchez.- En efecto, era yo.

Cuando se lo conté a mamá casi se muere del infarto y me dijo que no te contara nada, que si quería que lo hiciera cuando ya estuviese aquí, para que no te preocuparas.

Mi primer día fue normalito, llegué a la base en torno a las 17:00 hora local. Me asignaron una habitación y deshice la maleta.

El segundo día ya fue algo peor. A las 7:00 tocaron diana, para que nos preparáramos para el ataque de ese día. Desayuné leche y unos cereales. Acabé y recogí. Las piernas me temblaban un montón, porque, a pesar de haber entrenado mucho en la base de allí, no estaba preparado para enfrentarme a lo que la guerra suponía.

Escondidos bajo un tanque, me dieron un arma que jamás había manejado. Es más, me sorprendió porque era mi segundo día.

Bueno, así estuve toda la semana y, después de un mes ya he llegado muy alto, será porque lo he hecho muy bien, pero soy capitán.

Esto es todo, abuelita. Que sepas que te añoro mucho y que no me va a pasar nada,¿vale? Un beso desde Israel.


                  Capitán Sánchez.
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viernes, 20 de enero de 2012

Un país axfisiante.

Comprendo que vivimos en sociedad, la mayoría de nosotros en grandes grupos, cada vez más hacinada la población en las ciudades. Y comprendo que, para que la convivencia sea posible, son precisas un montón de normas y de leyes, un montón de restricciones y de prohibiciones. Lamento, sin embargo, que, en lugar de aplicarlas con cierta flexibilidad, con un mínimo sentido común, ateniéndose a las circunstancias de cada caso, los agentes de la ley las apliquen con frecuencia a rajatabla, lo cual, qué duda cabe, hace más sencillo su trabajo. Y me llena de asombro que mucha de la gente que me rodea, lejos de aceptar estas prohibiciones como un mal menor, las acoja con entusiasmo intransigente, encantada de tener oportunidad de echarte una reprimenda o de denunciarte. Todo esto puede ser muy cívico y tal vez con el tiempo lleguemos a ser un país tan ordenado como Suiza, pero ¿no crea una atmósfera un poco asfixiante? ¿No resulta muy dura, al menos para los miembros de mi generación que nos considerábamos de izquierdas y habíamos hecho de la libertad un mito, esa merma creciente de las libertades individuales?
El tabaco es nocivo, y yo misma, cuando veo a chicos y chicas jóvenes fumando por la calle, tengo que reprimirme para no darles sabios consejos que no iban a escuchar. Pero el fanatismo antitabaco -como cualquier fanatismo-, sobre todo el de los ex fumadores, su intolerancia absoluta, su falta de comprensión, me desagrada tanto que yo, que nunca he fumado, enciendo un cigarrillo. He buscado en vano, en el aeropuerto de Barcelona, un rincón para fumadores, como los hay en todos los aeropuertos que conozco, y no lo he encontrado. Y a una de mis amigas la denunciaron, sin ni siquiera advertírselo antes, por fumar a solas en su despacho. ¿No da un poco de miedo ese deseo fervoroso de algunos ciudadanos por colaborar con la ley?
Sin pretender en absoluto defender el tabaco, señalaré algo que me sorprende. Hace unos años, cuando un hombre nos preguntaba cortésmente a las mujeres si nos molestaba que encendiera un cigarrillo, todas sin excepción asegurábamos que no. ¿Cómo es posible que ahora resulte físicamente insoportable que alguien fume, o haya fumado, al otro extremo del edificio?
A todos nos molesta que por la noche los ruidos del vecindario no nos dejen dormir y es razonable que se regulen. Pero también aquí debiera existir cierta flexibilidad. No es lo mismo, por ejemplo, la noche de Fin de Año que otra noche cualquiera. Y, aunque una deteste los petardos, no llamará a la policía una noche de verbena. El pasado agosto, en Cadaqués, celebrábamos el cumpleaños de un chico, la casa era pequeña, hacía calor, y nos pusimos, dos niños, sus padres y dos amigas, a bailar y bromear en la calle. No eran todavía las once de la noche. Los vecinos nos llamaron la atención. Paramos en el acto. Pues, aun así, allí estaban a los cinco minutos los mossos, porque nos habían denunciado.
No se puede llevar a los perros a la playa. Y es razonable. Se sacuden, te mojan, te arañan dentro del agua, pisotean las bolsas y las toallas. Molestan. De modo que, también en Cadaqués, llevo a mis perros antes de las siete de la mañana a una playa alejada, donde no hay nadie (y si hay gente durmiendo no protesta, porque también se sienten en falta, ya que está prohibido dormir en la playa, o en el coche, o aparcar la roulotte o hacer camping donde se te ocurra), y voy bien provista de bolsas para recoger lo que ensucien. Pero aun así llegan los mossos, y, como la amiga que me acompaña no se ha enterado y sigue bañando a los perros, me exigen les entregue el carné de identidad.
Me he resignado a que el Estado vele por mi integridad física y me obligue a utilizar, incluso en ciudad y en los asientos traseros, el cinturón de seguridad, aunque no estoy segura de que mi integridad no sea asunto mío, como debiera serlo prolongar o no mi propia vida, pero ¿no es excesivo que, movido por su afán protector, el médico de la seguridad social amenace al paciente con no hacerle las recetas para conseguir gratis los medicamentos, si no se vacuna antes contra la gripe?
Seguramente estamos, habida cuenta de que buena parte de la izquierda supera en este aspecto el puritanismo de la derecha, en el camino correcto. Con un poco de suerte dentro de unos decenios -en un mundo donde se habrán extinguido cientos de especies animales, donde habremos dejado morir sin que se nos mueva un pelo la mitad de la población de África, donde el Mediterráneo se habrá convertido en un estercolero- seremos un país tan civilizado como el que más.
Las libertades individuales no deben de ser tan importantes, dado que no parecen importarle a casi nadie, y supongo que todos, qué remedio, nos habituaremos a sobrevivir, sin excesiva asfixia, entre ese cúmulo creciente de cosas prohibidas. Sin excesiva asfixia, pero con resquicios de rebeldía y de tristeza.


Esther Tusquets, escritora (EL PAÍS, 15/05/07)
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martes, 10 de enero de 2012

Nochevieja.

Eran aquellas entrañables fechas. La nochebuena ya se había pasado, hace una semana. Esta noche tocaba Nochevieja. Este año, tocaba cenar donde mi tía. Íbamos alternando cada año en una casa, el año pasado tocó en la mía.

Nos pusimos a cenar, a eso de las 22:00 de la noche. Cenamos canapés, langostinos, almejas y lechazo, típico de mi tierra. Acabamos a las 23:30, justo para poder comernos las uvas.

Estaba todo listo, eran las 23:57. Teníamos puesta la tele, con las doce uvas delante y, para no perder la costumbre, hicieron la típica explicación:
-Presentadora: primero bajará la bola, haciendo un ruido así: tilintilintilin durante ocho segundos.
-Presentador: luego los cuartos, que harán esto: tin ton, tin ton cuatro veces
-Presentadora y por último, las campanadas.
Eran las 23:59, la bola empezó a bajar y mi tía nos mandó callar a todos. A continuación los cuartos y, justo cuando iba a acabar el último cuarto, se fue la luz.

Todos nos asustamos. ¿Significaría eso algo? ¿Tendríamos mala suerte para ese nuevo año? Mi tía se puso a hacerlas con la sartén, pero, como era normal, no quedó bien y no pudimos recibir el año.

Pronto empezaron a tirar fuegos artifícales por el pueblo, una costumbre que había cogido hace poco. Mientras, mi familia estaba deprimida. Mi abuela se iba comiendo las uvas, se ve que tenía hambre la pobre. Pronto, sonó un móvil. -¡Es alguien para felicitarnos el año! – gritamos todos a la vez. Caso error. Era una alarma que se les había olvidado quitar. En fin, nadie tuvimos ánimos para salir de fiesta, por lo que se nos hizo una noche muy larga de bingo. Eso sí, a los 3 minutos del nuevo año, volvió la luz.

Lo dicho va a ser un año de muy mala suerte, al menos para mi familia.
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domingo, 8 de enero de 2012

La guerra.

Estábamos en casa, esperando a que llegaran provisiones. Estábamos en plena Guerra Civil. Papa estaba de soldado, así que estábamos solo con mamá. Las mujeres tenían prohibido trabajar y en casa éramos 5 hijas y ningún hijo, por lo que teníamos muchas dificultades económicas. Para comer teníamos que esperar a las provisiones que mandaba de vez en cuando en estado y lo teníamos que racionar muy bien.

Una tarde, me acuerdo que estábamos en casa, era vieja y tenía muchos agujeros por los que entraba el frío. Había alguna viga rota por las bombas que habían caído cerca de casa, cuando alguien llamó a la puerta. Era un soldado que era alto, delgado y llevaba un uniforme bastante formal. En sus brazos llevaba una bandera de España y un par de medallas. Me recordaban mucho a las de papá. También llevaba un pergamino. Eso me asustó aún más.

El soldado se presentó con el típico saludo militar- Buenas tardes- dijo- Buenas tardes- contesté-¿Es usted familiar del Señor García?- me preguntó, a lo que yo respondí- Sí, señor-. En ese momento mi corazón se aceleró- Quería comunicarle que el soldado ha sido asesinado esta mañana. Lo siento mucho-. En ese momento me derrumbé. ¿Cómo se lo diría a mi madre?

Más tarde llegó a casa. Se había ido a dar un paseo con las vecinas. Me pregunto si no tendrían miedo… Entró por la puerta y la mandé ir a la cocina.- Mamá, tengo una mala noticia- la comenté- papá…ha muerto esta mañana.- Se puso a llorar. Era lógico, mandaron ir a papá obligado a la guerra y encima lo mataron.

Por la noche estuvo rara, apenas habló durante la cena. La preguntamos varias veces qué la pasaba, nunca contestaba. Fuimos a dormir.

Al día siguiente fue su entierro. Fuimos a misa. Mi madre de negro, como era normal y mis hermanas y yo, también. A la hora de ir al cementerio, mamá no entró, no podía. Entramos solo mis hermanas y yo, cuando salimos todos del cementerio, mamá no estaba, la empezamos a buscar desesperadamente por si había hecho una locura. No era así. En un banco que había cerca del cementerio había una nota que decía:

Queridas hijas de la Sra. García, secuestramos a su madre. Si quieren volver a verla con vida, dejen de aquí en una semana un saco con todo el dinero que tengan. Si en una semana no hemos recibido dicho dinero, no la volverán a ver con vida. Recuérdenlo.

¿Quién habría hecho semejante cosa? Bueno, como era normal, intentamos recaudar todo el dinero posible para ese día. Lo conseguimos, pero llegamos tarde, los secuestradores habían matado a mamá. Dos entierros en una semana, qué diversión.

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sábado, 7 de enero de 2012

Crónicas de una ciudad submarina.

Era pleno verano. Estaba en una playa solitaria. No había nadie, estaba yo solo. Me metí en el agua y, de repente algo me succionó.

Desperté al cabo de un rato. Estaba en una especie de ciudad acuática en la que había muchas sirenas y una gran estatua en honor a Neptuno. Era grande, con una gran barba y una gran corona con diamantes incrustados. Toda ella era de cemento, excepto aquella corona. ¿Tendría algo de especial? Continué investigando aquella extraña ciudad y me encontré a una preciosa sirena. Tenía una gran melena rubia, una nariz pequeña y unos dientes perfectamente blancos.

Empezamos a charlas sobre dónde estaba y qué me había arrastrado hasta allí. Estaba en  Gotham, una ciudad submarina que antes había estado en la superficie y lo que me había succionado era una máquina que ellos mismos habían inventado para poder llevarme allí, porque me consideraban un Dios. Eso me dejo perplejo. ¿Yo? ¿Un Dios? No entendía nada.

Me llevaron hasta donde supuestamente me adoraban. Era una capilla muy rica, con muchos detalles en oro. Era, como en la superficie diríamos de estilo Barroco. Allí se encontraban el sacerdote, dando el oficio de por la mañana. Junto a él, había dos chavales, que supongo que harían de monaguillos y, sentados en los bancos, una gran cantidad de juventud. Eso aún me dejó más atónito. En la superficie, los jóvenes no iban a misa. Eso era más para los ancianos.

Sophie, que era el nombre de la chica, me dijo que allí era más normal que los jóvenes creyeran más que las personas mayores.

Seguimos charlando y ella me invitó a comer en el restaurante más famoso de Gotham, Le chien du lait. Sí era un nombre muy raro y, traducido del francés sería como “La leche de perro”. Comimos ahí y, llegó un momento en el que nos pusimos a hablar de nuestras relaciones.

Tras unos días por aquella ciudad,fui a su casa, a su habitación.  Volvió a salir el tema de los novios y novias que habíamos tenido y cómo lo habíamos dejado. Después de aquellos maravillosos días por aquella ciudad y, sobre todo, con ella, me enamoré de ella y, por la mirada que me echaba, ella de mí. Nos besamos, como si fuéramos gente normal.

Llegó un momento en el que no podíamos parar, pero ocurrió una cosa muy extraña, abrió la boca como si iba a comerme. Me metió la cabeza en su boca.
En ese momento me desperté. Había sido un sueño de lo más extraño.
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viernes, 6 de enero de 2012

Lo malo de las notas.

Llegó el esperado día, el día de Navidad, 25 de Diciembre. Había sido un año extraño, con peleas cada poco tiempo y sin éxito entre los compañeros de mi clase.

Todo empezó unos días antes, tres para ser exactos. El día 22 fue el día de las notas, en las que se asomaban ligeramente dos sobresalientes. Lo demás eran sietes, cincos y algún que otro suspenso. Intenté cambiar mis notas en la impresora de casa, pero sin éxito alguno. Mi madre se dio cuenta y le llevaba todo el curso diciendo- Como en las notas aparezca un sólo suspenso, te quedas sin regalos en Navidad-. Cuando me lo decía, me lo tomaba a broma, porque mi madre no podía hacer eso, era una buena madre. Pero cuando le di las notas, vi la ira en sus ojos, un fuego que nunca había visto antes. Salí corriendo, en busca de alguien a quien contarle lo que había sucedido.

Di varias vueltas por mi pueblo, recorriendo las plazas y calles, pero en todas ellas había chicos bebiendo alcohol, pasándolo bien. Al contrario que yo, que estaba sólo, amargado y con un problema bastante gordo: el suspenso que había aparecido en las notas este año. 

Intenté irme a un bosque apartado del pueblo, casi al lado de otro pueblo, pero no llegué, porque mi madre me pilló a mitad de camino. Entonces me cogió por banda. A partir de ahí, todo es borroso, hasta ayer, día de Nochebuena, en el que me fui al pueblo de mi padre, a pasar allí la Navidad. 

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